“No importa cuanto das, sino cuánto amor le pones cuando lo das”
Madre Teresa de Calcuta
Algo nos separa como especie, como seres humanos que somos, nuestro gran deseo de pertenecer, de pertenecer a la familia primero, a la escuela, al barrio, la comunidad y más. Lo cierto es que somos seres gregarios y deseamos en lo más profundo sentirnos conectados, aún si no podemos ponerlo en palabras, queremos sentirnos amados y dar amor a nuestros seres queridos.
El tacto
Cómo construimos esas relaciones y nos sentimos conectados, comienza creo yo, desde antes de nacer, pero es con el nacimiento que la fisicalidad y corporeidad nos lleva a buscar conectarnos con lo más básico, el tacto.
La piel, ese órgano más grande del cuerpo, el más sensible, guarda una memoria de cómo fuimos tocados. Y el sentido del tacto es el primero que se desarrolla en el embrión humano.
El primer lenguaje
El antropólogo Ashley Montagu explica en su libro “El tacto” como es que podemos sobrevivir sin otros sentidos, pero no podemos sobrevivir sin ser tocados.
La Dr. Emmi Pikler explica que cuando no hay palabra hay movimiento. Yo agrego que cuando no hay palabra ni movimiento, hay tacto, es así que este se convierte en el primer lenguaje, cuando no hay otra forma de comunicarnos siempre hay contacto físico, hay experiencias sensoriales en la piel.
La Vieja Anna
Montagu cuenta como en el S.XIX más de la mitad de los bebés menores de 1 año morían de una enfermedad llamada “marasmo”, también conocida como debilidad o atrofia infantil. Cuenta la historia del Dr. Fritz Talbot de Boston quien en un viaje a Alemania, país que había visitado antes de la Primera Guerra Mundial, importó la idea de “Ternura, Cariño”. Durante su estancia en Alemania, el doctor Talbot visitó la clínica infantil de Dusseldorf; el doctor Arthur Schlossmann, el director del centro, le mostró los pabellones. Éstos estaban pulcros y ordenados, pero lo que despertó la curiosidad del doctor Talbot fue una anciana obesa que llevaba un bebé diminuto en la cadera. “¿Quién es?”, preguntó el doctor Talbot, y el doctor Schlossmann replicó: “Oh, ella. Es la Vieja Anna. Cuando hemos hecho todo lo médicamente posible por un bebé y sigue sin mejorar, recurrimos a la Vieja Anna, que nunca falla”. Se concluyó que uno de los factores del marasmo era la falta de amor materno, de cuidados, de piel con piel, de mimos.
Tocar con intención de Amar
Personalmente no creo que signifique estar pegado 100% al bebé todo el día, aunque si alguien lo quisiera puede ser muy hermoso. Para mi significa más tocar con intención de Amar. Que el abrazo, los mimos, el masaje sea moneda corriente en el hogar, que no importa si son 10 minutos o una hora, que importa más que exista y que los niños se sientan amados y contenidos. Como dice Madre Teresa de Calcuta “no importa cuánto das, sino cuánto amor le pones cuando lo das”. Mi mayor deseo es que tod@s podamos convertirnos en esa vieja “Anna”.